Sufrimiento evitable


Hace unos días una compañera odontóloga solicitó mi colaboración para tratar a una de sus pacientes. Una mujer que habiendo superado recientemente un problema neurológico muy serio, tenía como única secuela una limitación importante para abrir la boca a consecuencia de una larga estancia en la UCI. La paciente, una vez salvada la urgencia más grave, se lo comentó a sus médicos repetidamente obteniendo como única respuesta un condescendiente “para lo que podía haber sido, no es nada”. Ni se le daba solución ni se le explicaba dónde buscar ayuda, por lo que la paciente se resignó a convivir con esa molestia. Más tarde comenzó a dolerle una muela y se encontró con que la extracción era imposible debido a la limitación para abrir la boca. Examinado el caso remití a mi compañera una serie de ejercicios de rehabilitación. En solo una semana de realizarlos, su apertura volvió a ser suficiente para hacer una vida normal.

Este caso ejemplifica la necesidad de tener en cuenta las preocupaciones del paciente y aportarles soluciones, independientemente del peso que para los profesionales de la salud pueda tener ese problema en concreto. Padecer una enfermedad supone asumir un cierto grado de sufrimiento. Hay una parte de este malestar que no podremos evitar, como el derivado de una cirugía, o las consecuencias de un tratamiento necesario, acudir a realizarse determinadas pruebas y un periodo de incertidumbre. Es posible, como en el caso comentado, que lo que al paciente le preocupa no sea relevante en el seno de una enfermedad grave, pero es una preocupación igualmente importante. Lo que para nosotros es una lesión sin importancia, para un paciente con con un antecedente de cáncer en la familia puede ser motivo de mucha angustia y es tarea del médico proporcionarle las explicaciones precisas para tranquilizarle.

El peso de una buena comunicación no ha de recaer sobre el paciente. Corresponde al facultativo entablar una relación fluida y preferentemente por escrito con el resto de los profesionales involucrados en su atención. Igualmente es responsabilidad suya anticiparse y contribuir a la resolución de problemas administrativos que pueden retrasar un diagnóstico o tratamiento. Un ejemplo reciente es el de los pacientes de Hepatitis C fallecidos por el retraso en administrarles la medicación debido a trabas administrativas (y a los recortes). Las personas que se salvaron lo deben a que sus médicos decidieron implicarse personalmente y se enfrentaron con la administración para conseguir que sus pacientes recibieran el tratamiento que necesitaban.

El hecho de que un paciente llame a la persona que le atiende “mi médico” refleja la calidad de una relación humana que va más allá del mero análisis de datos clínicos y la administración de un tratamiento. Supone el reconocimiento de estar siendo atendido como individuo. Esta relación privilegiada se puede dar cuando el profesional sanitario ha dedicado el tiempo necesario a conocer a la persona que tiene frente a él. Sus antecedentes familiares y personales, sus miedos, preocupaciones, sus dificultades y circunstancias que lo hacen único. Todas estas particularidades deben modular la respuesta del médico adaptándola lo mejor posible a la persona que tiene que curar y no solo a la enfermedad que padece.