Cada vez con más frecuencia acuden a mi consulta pacientes que necesitan la extracción quirúrgica de una muela del juicio complicada, con riesgo de poder dejar alguna secuela. Muchos de ellos vienen con la idea preconcebida o transmitida por su odontólogo de que se debe hacer un TAC antes de la intervención. Yo les explico que el riesgo elevado de la extracción se ve en la radiografía simple, y que un TAC no va a modificar el modo en el que yo puedo hacer la cirugía, ni aporta información sobre el riesgo superior a la que da una radiografía. Por tanto, si no aporta más información relevante y no va a modificar el abordaje quirúrgico, no tiene sentido radiar al paciente y retrasar una intervención cuando es necesaria.
Los avances en medicina hacen cada vez más factible acceder a pruebas diagnósticas muy especializadas y tratamientos complejos. Hay una serie de preguntas que un médico debe plantearse respecto a las medidas que adopta. Los pacientes esperan respuestas y una solución, pero esta no tiene porqué incluir necesariamente un estudio determinado o un tratamiento complejo. Por otra parte, la actitud del paciente no tiene por qué ser pasiva: puede contribuir a una racionalización de la intervención médica si adopta una actitud proactiva en la consulta y trata de entender el porqué de las propuestas diagnósticas y terapéuticas que le hace su médico.
En ocasiones es posible evitar un tratamiento, médico o quirúrgico, o reducir la dosis necesaria introduciendo cambios en el estilo de vida (mejor higiene dental, cambios en la dieta, hacer ejercicios de rehabilitación, practicar deporte…). Un paciente tiene derecho a conocer en profundidad, de mano de su médico, esta alternativa cuando existe. Con frecuencia lleva más tiempo exponer este tipo de medidas o explicar a un paciente la conveniencia de no realizar una prescripción, que extender una receta. El médico debe emplear el tiempo necesario en hacerle ver al paciente la importancia de tratar de controlar sus síntomas de una forma conservadora siempre que sea posible. En todo caso, sea o no conservadora la alternativa, si esta existe el paciente debe conocerla así como los pros y contras de cada opción en su caso concreto.
El paciente puede tener una idea de lo que obtendrá mediante un tratamiento determinado, y el médico otra diferente. A modo de ejemplo, es posible que piense que una intervención quirúrgica va a lograr una remisión completa y definitiva de sus síntomas, pero el médico sabe que ese procedimiento logrará un alivio parcial y/o temporal de los mismos. Para evitar que el paciente se sienta frustrado, enfadado y con la sensación de haber sido engañado tras el tratamiento, la información que recibe del profesional de la salud tiene que ser lo más exhaustiva posible en todos los aspectos, incluyendo qué mejoras concretas es posible esperar del procedimiento a realizar y de las posibles alternativas incluida la opción de no hacer nada.
Cada prueba, medicamento o intervención quirúrgica que realizamos tiene efectos positivos, pero también efectos adversos, que a veces pueden ser serios. También es necesario tener en cuenta que el resultado no será igual en todos los pacientes. Las personas que van a someterse a cualquier procedimiento médico deben conocer cuáles son los efectos negativos que este puede representar, los que son esperables y también los que son menos frecuentes, así como compararlos con los de las posibles alternativas. Así mismo, es necesario darle a conocer en qué forma y durante cuánto tiempo habrá cambios en cualquier aspecto de su vida que pueda verse afectado por el mismo (alteraciones en la alimentación, actividad laboral, hábitos de ocio …).
El médico debería poder exponerle a un paciente de forma clara y sencilla qué (y cuánta) evidencia científica da soporte a su planteamiento diagnóstico o terapéutico. Los pacientes tienen derecho a saber que se les está aplicando un procedimiento terapéutico probado e incluido en los protocolos clínicos aplicables a su caso. También cuando una actuación médica no está respaldada por una evidencia fuerte, explicarle al paciente por qué considera su propuesta correcta y qué espera conseguir con ello. En caso de que el paciente tenga una idea preconcebida sobre el tratamiento y esta no esté respaldada por la evidencia o los protocolos, se le debe explicar la razón de preferir otras alternativas.
Si lo que se le indica al paciente es un estudio, este tiene derecho a saber qué información espera su médico obtener del mismo, y la necesidad de su realización, en qué forma puede afectar al diagnóstico de su problema o modificar las decisiones terapéuticas del profesional. La conveniencia de someter a un paciente a una prueba que no va a modificar el diagnóstico ni el tratamiento es bastante cuestionable. También es necesario que el paciente sea informado sobre la posibilidad de que dicha prueba le produzca molestias o si alterará su vida de algún modo. Por ejemplo, los pacientes ansiosos o con claustrofobia pasan un mal rato cuando se les hace una resonancia magnética y obtienen un cierto alivio si se realiza en un aparato de resonancia abierto o bajo sedación. Se les debe ofrecer estas alternativas siempre que sea posible.
Como profesional de la salud, tener respuesta a todas estas cuestiones evitará caer en un exceso de actos médicos escasamente justificados que no benefician ni a los pacientes ni a los profesionales ni a los sistemas de salud.
Como paciente, debe saber que las respuestas a estas preguntas debe estar contenida en cualquier buen documento de consentimiento informado, pero ello no exime al médico del deber de comunicarlas verbalmente al paciente y darle oportunidad de plantear las cuestiones que precise al respecto. Y si su médico no se lo ofrece, debe hacer uso de su derecho a conocer toda esta información. Si cree que puede ponerse nervioso delante del médico, anote todas las dudas que tenga en un papel antes de acudir a la consulta y si tras esta le surgen nuevas dudas en su casa, vuelva a anotarlas para plantearlas en las revisiones, eso le ayudará a no olvidar ninguna.